Hasta la actualidad ha habido tres generaciones de nosotros, cada una tan particular como la secuencia de los géneros musicales que ha habido. Escucha que te lo cuento, pero empecemos por el principio.
Los alphas son los primeros, los originales y los más débiles de entre nosotros. Al menos originalmente, claro. Eran jóvenes, inocentes, idealistas, que creían que podían cambiar el mundo a mejor, luchar por un futuro prometedor, llevar la paz... como los hippies y rockeros clásicos, vamos, creyendo que sus buenas palabras y obras podrían enderezar el rumbo del mundo. Ellos creían que el mundo era suyo, pero se equivocaban.
La segunda generación, la mía, es la de los betas, los que no nos conformamos con palabras bonitas sino que llevamos la guerra al mundo. Las palabras bonitas, al fin y al cabo, se las lleva el viento: pero unas cuantas caras reventadas... eso siempre permanece. Somos los punks de entre los exhumanos, los rebeldes, los revolucionarios, los inconformistas. E, igual que los punks, en última instancia somos los más derrotados de todos, los más cínicos, los más descreídos.
¿Y qué queda para vosotros, los gammas? El puto pop, porque eso es lo que sois: blanditos, sin carácter, controlados por corporaciones y gobiernos que os usan según sus intereses. Ya no os rebeláis, intentáis simplemente no levantar la mirada, no llamar la atención, intentar pasar desapercibidos como esas canciones que venden millones de discos pero un año más tarde nadie recuerda. Nada de ideología, nada de valores, sólo aceptáis que el mundo ya no es vuestro.
Esas son las tres generaciones de los nuestros: los soñadores, los guerreros... y los vendidos. Bueno, o vencidos. Porque los gamma habéis hecho algo peor que perder una guerra: os habéis negado a lucharla.
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